Sunday, January 29, 2006

De a uno por uno.

Pues si, como queda dicho, en Ameca fué donde tuve mas chambas.
En mi casa no se acostumbraban las vacaciones como en otras familias que cada año se iban al mar, al rancho o de visita a otro pueblo con sus parientes. No.
Ahi había que trabajar. Por aquello de que yo era "bienmandado" fui el que en mas trabajos anduve.

Tendría yo unos diez años cuando en unas vacaciones escolares me mandaron de aprendiz con Don Luis Pedroza. Era don Luis zapatero remendón y de vez en cuando le encargaban zapatos sobre medida, por ejemplo para Don José Alvarado, de los comerciantes ricos del pueblo. Ya tenía don Luis las hormas de madera con las medidas de don José. Le hacía unos botines de una pieza con una piel muy suave que le decían glasé, con sus resortes a los lados.
También le hacía unos como huaraches a una señora enorme. Decían que padecía de elefantiasis. Era alta, morena, con ojos saltones; siempre usaba vestidos hasta el cuello con mangas largas y falda hasta el tobillo, pero a leguas se advertía su corpulencia y se confirmaba al ver sus manazas y aquellos pies como del treinta y tantos desparramados en los huarachones. Cuando ella iba a mi me daba miedito.
El tallercillo tenía un olor a cuero viejo, a calcetines sucios; y como al principio a mi me tocaba darles grasa a los zapatos remendados pues a eso me olían las manos.
Ya después me enseñé a poner tapas, echar medias suelas cosidas o clavadas a poner plantillas para que no les lastimara el talón y asi......
Para las medias suelas cosidas, se encerotaba primero el cáñamo con una mezcla de cera de campeche y brea.Luego al cáñamo se le trenzaban en cada extremo una cerda del lomo de puerco que es donde las tienen mas grandes y duras; con una lezna curva chiquita y afilada se hacía el agujero en la suela húmeda, se pasaban las dos puntas con los pelos de puerco al mismo tiempo, y se le daban dos o tres jalones bien dados.

Las medias suelas clavadas eran mas fáciles.
Se ponía uno el mandil de cuero que a mi me llegaba hasta abajo de las rodillas.
El zapato se colocaba atravesado entre las piernas, los clavos estaban en unas cajitas de grasa clavadas en una mesa chiquita y viejísima, se echaban tres o cuatro en la boca y zas, zas, zas parejitos y a la misma distancia.

Las primeras veces salí con las piernas adoloridas de los martillazos; después me acostumbré.

No me acuerdo si me pagaban.

Don Isra...

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